Una portada está siendo motivo de una interesante discusión: en ella aparece el periodista Julio Scherer García, director del semanario Proceso abrazado por el narcotraficante Ismael Mayo Zambada. Lo que llama la atención es la reacción que tiene la tapa del semanario en otros medios y según se dice, también en redes sociales.
La entrevista revela vivencias personales del narcotraficante. Sin embargo, no debe leerse sin los reportajes subsecuentes, o quedarse sólo con el adelanto en la versión web, pues el entramado de relaciones, detalles e investigación es bastante más complejo que la anécdota disponible gratuitamente. Creo yo que el valor está en todo el conjunto.
Reproduzco algunas reacciones con su respectivo enlace:
De Elia Baltazar:
«Mucho habrá que cuestionar de Scherer, sin duda. Pero no su oficio. Un oficio que apasiona, por lo visto, a cada vez menos «periodistas», quienes han elegido «opinar» sobre la realidad, antes que narrarla, antes que exponerse a ella sin más artificios que las herramientas del reportero. Por eso, en medio de tanta bulla quedan a un lado los motivos del periodista. Mejor, del reportero: la noticia. Y la entrevista con Zambada es noticia. Si no, nadie hablaría de ella. Pasaría al cesto de la basura como pasan cada vez más rápido «las noticias» en este país, confundidas ahora con subproductos como las declaraciones o las filtraciones. Pocos producen y muchos difunden. El periodismo, para desgracia de la sociedad mexicana, depende cada vez más de las eventualidades que del trabajo constante y silencioso de los reporteros.»
Héctor Aguilar Camín, por su parte escribe en Milenio:
«Zambada escogió a un vocero periodístico con autoridad. La autoridad del vocero confiere autoridad al que habla y el que habla, aunque habla poco, reconoce la autoridad de su vocero: ha leído sus libros y le parece que no miente.
Supongo que Scherer no hace sino repetir una vieja historia de periodistas en países donde el crimen organizado se vuelve centro de las noticias.
Llegados a ese punto, de pronto la entrevista con un jefe del narco es codiciable. Momento climático de nuestra confusión pública: el criminal se vuelve personaje y puede escoger al periodista que lo visita».
Mario Campos en El Universal, opina:
«De entrada porque unos actores operan dentro del marco legal y otro no. ¿Podemos tratar a un hombre que ha infiltrado al narco -según reporta la misma revista -como si fuera un actor político?, ¿puede un narcotraficante criticar al gobierno como si fuera un legislador de oposición?
«El problema es asumir que el narco es una fuente más. Porque de ser así tendríamos que cubrir sus boletines, conferencias, asignarles reporteros como si se tratara de un líder político o social. Como decía ayer una importante productora de televisión, en los hechos ya lo hacemos. Es verdad. Cuando publicamos el contenido de las llamadas narcomantas estamos tratándolas como dependencias públicas. Es un error. Y no se trata del dilema -ese sí falso- de reproducir las versiones del gobierno como las únicas o abrir los espacios a los narcos. Se tiene que procesar de forma crítica la información oficial pero la contraparte no puede ser el crimen organizado como si fueran dos actores con el mismo valor».
En lo particular, veo dos escenarios, donde veo una doble moral: uno en que la fuente es cerrada, anónima, vaga y misteriosa (ejemplos: eje FARC-Chávez-AMLO o el destape del Sup) bien recibidos, redigeridos, redistribuidos y sin cuestionarse por columnistas cual antenas repetidoras. Simplemente, el estar difundiendo los boletines de prensa de los organismos de seguridad no está siendo (tan) cuestionado.
(Y de repente, la «ridícula minoría» explota en la cara, casualmente).
Por el otro, un grito al cielo por aparecer abrazado en portada y no hacer la denuncia a las autoridades de la locación donde fue el encuentro. Bueno… eso es tarea de los organismos de seguridad. Existe, por si hay duda, el secreto profesional, una herramienta muy menospreciada en México por la autoridad cuando quiere aplicar castigo selectivo.
Me surgen preguntas. ¿Tienen valor la censura y autocensura como realidades y modos de supervivencia periodistica? ¿Qué formas existen para retratar el narco? ¿Cómo narrar en el terreno fotográfico una realidad innegable?