Marcela Turati
Discurso de Marcela Turati durante la entrega del premio Gilberto Rincón Gallardo, Rostros de la Discriminación, en su octava edición en el Museo Memoria y Tolerancia. Vía Periodistas de a Pie
En esta ceremonia de premiación a los mejores trabajos periodísticos, los más respetuosos a los derechos humanos, a mí me corresponde hacer la nota dura, la pausa amarga. El recordatorio de las condiciones que vivimos hoy los y las periodistas mexicanos. El homenaje a los colegas muertos desde 2000 a la fecha y –me tomé la libertad de incluir– a los periodistas desaparecidos. No doy cifras porque cada organización da una distinta.
Empiezo recordando sus nombres [3]:
2000: Luis Roberto Cruz Martínez, Pablo Pineda Gaucín, José Ramírez Puente, Hugo Sánchez Eustaquio
2001: José Luis Ortega Mata, José Barbosa Bejarano, Saul Antonio Martínez
2002: Félix Alfonso Fernández García, José Miranda Virgen
2003: Gregorio Urieta
2004: Roberto Javier Mora García, Francisco Javier Ortiz Franco, Francisco Arratia Saldierna, Gregorio Rodríguez Hernández
2005: Dolores Guadalupe García Escamilla, Raúl Gibb Guerrero, José Reyes Brambila, Hugo Barragán Ortiz
2006: José Manuel Nava Sánchez, Misael Tamayo Hernández, Enrique Perea Quintanilla, Jaime Arturo Olvera Bravo, Bradley Roland Will, Roberto Marcos García, Ramiro Téllez Contreras, Rosendo Pardo Ozuna, Raúl Marcial Pérez, José Valdés, Adolfo Sánchez Guzmán
2007: Amado Ramírez Dillanes, Saúl Noé Martínez Ortega, Gerardo Israel García Pimentel
2008: Armando Rodríguez Carreón, Alejandro Zenón Fonseca Estrada, Miguel Ángel Villagómez Valle, Teresa Bautista Merino, Felicitas Martínez Sánchez, David García Monroy, Francisco Ortiz Monroy, Bonifacio Cruz Santiago, Alfonso Cruz Pacheco, Candelario Pérez Pérez
2009: Jean Paul Ibarra Ramírez, Luis Daniel Méndez Hernández, Carlos Ortega Samper, Eliseo Barrón Hernández, Martín Javier Miranda Avilés, Ernesto Montañez Valdivia, Juan Daniel Martínez Gil, Norberto Miranda Madrid, Fabián Ramírez López, José Bladimir Antuna Vázquez García, José Emilio Galindo López, José Alberto Vázquez López, José Luis Romero
2010: Valentín Valdez Espinosa, Jorge Ochoa Martínez, Jorge Rábago Valdez, Evaristo Pacheco Solís, Juan Francisco Rodríguez Ríos, María Elvira Hernández Galeana, Hugo Alfredo Oliveras Cartas, Marco Aurelio Martínez Tijerina, Guillermo Eduardo Alcaraz Trejo, Carlos Alberto Guajardo Romero, Luis Carlos Santiago
2011: María Elizabeth Macías Castro, Humberto Millán Salazar, Yolanda Ordaz de la Cruz, Miguel Ángel López Velasco, Miseal López Solana, Pablo Ruelas Barraza, Noel López Olguín, Luis Emmanuel Ruiz Carrillo, Ana María Marcela Yarce Viveros
2012: Regina Martínez Pérez, Gabriel Huge Córdova, Guillermo Luna Varela, Esteban Rodríguez, Marco Antonio Ávila García, Víctor Manuel Baéz Chino,
Nuestros desparecidos, los colegas que aún esperamos que regresen a sus casas, a las redacciones son:
Alfredo Jiménez Mota, de Sonora
Rafael Ortiz Martínez, Coahuila
Mauricio Estrada Zamora, María Esther Aguilar Casimbe, Ramón Ángeles Zalpa, José Antonio García Apac, Michoacán
Rodolfo Rincón Taracena, Tabasco
Gamaliel López, reportero y Gerardo Paredes, Nuevo León
Jesús Mejía Lechuga,Gabriel Manuel Fonseca Hernández, Veracruz
Marco Antonio López Ortiz y Leodegario Olivera Lucas, Guerrero
Pueden ser más porque no tenemos registros suficientes de lo que ocurre en Tamaulipas [4], un estado ya silenciado.
*
Algo está podrido en este país cuando, Ellos y ellas, los que deberían de mandar la nota se convirtieron en nota. Los asesinatos de periodistas son tan comunes, tan poco noticiosas, que alcanzan generalmente apenas unos párrafos ocultos en las páginas interiores, o unos segundos de algún noticiero, si es que sus ausencias logran arañar algún espacio.
Sus nombres van acompañado de realidades como las que voy a leer –tomadas de la nota roja donde queda la constancia de su muerte y, si acaso, unas líneas sobre su trabajo reporteril:
El periodista fue asesinado cuando salía de las instalaciones de la radio/ Secuestrado en la madrugada por cinco desconocidos, en la puerta de la Dirección de Seguridad Pública Municipal/ Su cuerpo encontrado en un barranco/ Ejecutado dentro de un vehículo de su diario./ Intentó refugiarse en un hotel al percatarse que dos desconocidos lo perseguían. Le dispararon a quemarropa por lo menos 20 veces/ Su hija de ocho años presenció el homicidio, lo mataron cuando la llevaba la escuela/ Tenía seis impactos de bala en la espalda y el tiro de gracia./Tres meses antes de su asesinato, su casa había sido rafagueada y su carro quemado/ Fue secuestrado por ocho hombres encapuchados y vestidos de negro, en su casa, frente de su esposa y sus hijas, su cuerpo apareció al día siguiente en una bolsa de plástico/ Fue encontrado muerto en su domicilio con dos puñaladas en la espalda. / Fue encontrado semienterrado en un terreno baldío en una colonia popular./ Estaba atado de pies y manos con cinta canela/ Al menos dos hombres enmascarados entraron a la redacción y le dispararon varias veces/Según algunas fuentes, al lado del cuerpo se encontró un mensaje: “Esto me pasó por escribir lo que no se debe. Cuiden bien sus textos antes de hacer una nota” /Fue encontrado en su hogar, amordazado y amarrado a una cama y con impacto de bala en la cabeza/Fue encontrado en estado de coma en el libramiento de la carretera e ingresado en primera instancia al hospital en calidad de desconocido, donde sobrevivió 4 días/ Fue “levantado” luego de salir de una fiesta donde convivió con compañeros/ Desapareció al salir del festejo del día de la libertad de expresión/ Fueron tiroteados él y su mujer en un pequeño café Internet del que eran propietarios/ Antes de su desaparición recibió una llamada a su celular en la que le solicitaron que se trasladara a un lugar donde había ocurrido un accidente, para que obtuviera más información/ Fue secuestrado la noche anterior por un comando armado en plena calle /Encontrada en el baño de su casa, golpeada, estrangulada/
*
Recuerdo cuando en la universidad, en las clases los alumnos soñábamos con ser periodistas. Nos creímos que era la mejor profesión del mundo. El lugar desde donde se podía vigilar a los poderosos. Desde donde se custodiaban los intereses de los ciudadanos. Era nuestra elegida trinchera para cambiar el mundo.
Las cosas cambiaron este sexenio. La gente, al enterarse que uno ejerce el periodismo, se acerca en la calle para darte la bendición. “Les ha tocado duro”, nos dicen incluso los policías. Y cómo negarlo con esa larga lista que cargamos a cuestas. Con tantos de entre nosotros que faltan.
Las redacciones se van quedando vacías, los puestos vacantes, la profesión desprestigiada. Un escritorio en Ciudad Juárez desde 2008 se conserva vacío: la computadora empolvada, adornado con flores ya secas, con mensajes de cariño, con las fotos del ausente, del amigo, el padre de familia, el esposo, el hermano, el hijo que a muchos hace falta. Era el lugar de “El Choco” (Armando Rodríguez, reportero de El Diario), el periodista que contaba a los muertos. El testigo incómodo, el primero que comenzó a alertar que la violencia se estaba disparando, que había mucha gente armada en la calle, que la cifra de muertos ya era excesiva.
En la revista Proceso nos falta Regina Martínez, nuestra corresponsal. Nos falta a nosotros, a su familia y a la sociedad veracruzana a la que informaba, a la que servía, a la que acompañaba con su información, de la que era cómplice con su valiente trabajo en ese estado silenciado.
Decenas de redacciones tiene un listón negro por el luto.
Con cada amenaza, con cada secuestro, con cada desaparición, con cada atentado, con la muerte de cada periodista, los ciudadanos nos vamos quedando sin testigos, sin ojos, sin voz. Dejamos de saber en qué está metido el alcalde. Qué empresario fue favorecido por alguno de sus ‘amigos’. Cuáles son esas amistades turbias del gobernador. Qué grupo es el que dispara afuera de nuestra casa. Qué vías debo evitar para llegar a salvo a la escuela por los niños. Quién se benefició con tanta muerte, con tanta violencia.
Nos estamos quedando sin la información que ayuda a darle sentido a nuestra realidad. La información que la sociedad necesita para saber lo que ocurre, para entender cuáles son los mecanismos de esta violencia, qué patrones tiene, cómo se manifiesta. Para entender por qué me pasa lo que me pasa. Sin esa información será más difícil intervenir para cambiar nuestra realidad, para recuperar a nuestro país.
Ellos y ellas, los y las ausentes, se convirtieron en testigos incómodos. Ofrendaron su vida por informar. Por creerse cierto eso de que la gente tiene derecho a saber. Un derecho que no se respeta.
Este homenaje es para todos ellos, los que tienen nombre y los desconocidos, nuestros N.I., y también para los periodistas que en este momento están muertos en vida. Aquellos que he topado en las redacciones, caminando como almas en pena, sin saber qué cubrir porque desde que los cambiaron de fuente tras haber sido amenazados.
Los que se saben ejecutables, los desaparecibles, –a estas alturas ¿quién no lo es?— y a los que la gente les huye a verlos o ve con lástima, como si fueran enfermos terminales. Como si fuera la última vez que los ven con vida.
Y a las reporteras que se sienten tóxicas para sus familias. Que saben que, por sus investigaciones, son el punto de riesgo para sus seres amados. A las que les mata la culpa amar tanto esta profesión.
Y a los que perdieron la alegría de vivir. Que saben que los buitres ya hicieron nido en su mente y en su corazón. Que tienen hecho el testamento, listos los papeles por si son les toca su turno. Como si ser asesinados fuera su destino.
Y a los que se acostumbraron a la adrenalina de la violencia y ahora que en su ciudad bajó la cifra de muertes, piden su cambio a una nueva guerra. Si se acabó la violencia en Juárez piden a sus jefes ‘ahora mándenme a Monterrey, ahora a Tamaulipas, ahora a Veracruz’. Están enfermos, ¿quién los culpa?
Los que no pueden dormir por tantas pesadillas. Los que cuando van en su auto espejean todo el tiempo para saber si los siguen. Los que se quedaron con el tic de asomarse a la calle para cerciorarse de si los vigilan. Los que buscan situaciones de muerte porque les está costando regresar a la normalidad.
Todos ellos y ellas existen. Sus situaciones no son ficticias.
Tenemos registrados a los que mueren asesinados. Sin duda, algunos de estos mueren, quizás no de balazos. Mueren en accidentes. Por exceso de alcohol. O son despedidos por sus traumas.
El otro día un fotógrafo de Juárez me decía: “Acá parece que ya pasó todo pero no sé si algún día me recuperaré de lo que ví y viví”. Un joven hablando como veterano de guerra. Tan cierto lo que dice.
Estamos hartos de hablar de esto. De hablar sin ser escuchados. De marchar arrastrando fotografías de los y las ausentes, alguna corona de flores, y de dejar las libretas y las cámaras manchadas de tinta rojo-sangre a las puertas de las oficinas de gobierno para denunciar que falta otro. Que otra voz fue silenciada. Que otra vez la palabra fue acribillada. Que otra zona del país quedó en silencio.
Ya nos cansamos de denunciar la impunidad institucionalizada y el cinismo oficial. De recibir mensajes de colegas de los estados que nos dicen asustados que mañana podrían ya no estar. O llamadas pidiendo ayuda, porque no saben a quién acudir (¿alguien de aquí conoce algún número telefónico para casos de emergencia?), a quién puede pedirle ayuda para que le salve la vida.
Cansados de escuchar el anuncio radiofónico del Senado en el que los legisladores se autoaplauden por aprobar, hasta el final del sexenio, una ley “muy humana” que intenta proteger periodistas pero que no se aplica. (¿Hasta cuándo se les ocurrió que era intolerable que siguieran matando periodistas: hasta el muerto 50 o el 72?)
Decepcionados de los dueños de la mayoría de medios de comunicación de este país que no cuidan a su gente, que les pagan una nada por nota, los mandan sin protección, equipo o saldo de celular. Y a los amenazados, en vez de protegerlos, los despiden. Insolidarios, ellos están resguardados, sólo ven sus ganancias. Pocos exigen al gobierno que resuelva el crimen cometido contra uno de los suyos. Pocos cuestionan. Pocos acosan y vigilan que se haga justicia. Pesa más la pauta publicitaria al empleado asesinado o desaparecido.
Decepcionados de las organizaciones de protección a los periodistas que no se ponen de acuerdo entre ellas para salvar más vidas.
Hartos, sobre todo, del gobierno cómplice. Ya sea por omisión, por consentimiento, por complicidad. Porque con su inacción abona al asesinato y a la desaparición de otros periodistas. ¿Quién se va a tentar el corazón a la hora de matar cuando sabe que, haga lo que haga, no tendrá castigo? Si basta con difundir un rumor –“en algo malo andaba”– para que el periodista sea culpable de su tragedia. Para que todos ignoren el crimen y nadie pida su castigo. Eso es discriminación. Es lo más fácil: discriminar a los muertos, a los que no pueden defenderse, escupir sobre sus tumbas, matarles la honra [5].
Tristes porque la sociedad no se solidariza. ¿A quién le importa que maten periodistas, si la sociedad percibe que los medios son cómplices de los poderosos? ¿Si nos consideran parte del problema? ¿Si son pocos los medios que no son voceros de los políticos e informan sobre lo que los ciudadanos quieren saber? ¿Cuándo va a salir la gente a las calles si nosotros mismos nos vemos con desconfianza? ¿Si en las redacciones se dan órdenes para que nadie acuda al funeral?
Hartos de ver que tras cada amenaza no atendida, tras cada ataque a un medio de comunicación, cada desaparición, cada asesinato, los compañeros se refugian, se cambian de oficio o se van al exilio. Tristes de saber que algunos de los nuestros, nuestros mejores investigadores, limpian baños o venden hot-dogs en España, Estados Unidos o Canadá.
O de repetir las cifras que a todo el mundo han escandalizado, ese lugar común desgastado que se ha vuelto decir “México es el peor país del mundo para ejercer este oficio”. A quién le preocupa. A quién incomoda.
Estamos hartos de enterrar a compañeros. Hartos de ver en las noticias que uno más, y otro, y otro, y que la cacería no ha cesado. Y que no vemos cómo, no vemos por dónde o qué podemos hacer para que las cosas mejores.
Sé que mi mensaje no es esperanzador.
No habrá esperanza hasta que no construyamos un memorial por los y las que nos faltan.
Hasta que no conozcamos quiénes eran, en qué soñaban, cuáles habían sido sus exclusivas, quién ve por sus hijos, cómo respondieron sus medios, en qué estatus están las investigaciones de sus crímenes.
Hasta que no construyamos un observatorio para vigilar que esos casos se investiguen.
Hasta que los dueños de los medios de comunicación se preocupen más por su gente y menos por su dinero.
Hasta que esos propietarios, apoyados con otros propietarios, se sienten frente al gobierno y le exijan cuentas, y lo supervisen, y le digan que no le creerán si no se ganan su confianza con resultados.
Hasta que el Estado haga lo que le corresponde.
Hasta que matar periodistas en México tenga un costo. Un castigo. Una pena.
Hasta que México se convierta en un santuario para periodistas. Y que en todo el mundo se sepa que matar a uno solo costará muy caro. Y que los criminales y sus cómplices están en la cárcel.
Este es un homenaje también para los periodistas que en este momento se sienten solos, solas, y no saben a quién llamar. No saben que tienen posibilidades, que existen organizaciones, instituciones, solidaridad. Aquellos que por falta de opciones se piensan condenados a muerte y no saben a qué hora el alcalde mandará asesinarlos por la espalda, al policía se le vaya un mal golpe, un tiro, en uno de tantos forcejeos por acercarse a la escena del crimen o que un grupo de sicarios lo saque de la cama.
Los compañeros y compañeras que ya no están deben ser nuestra guía, nuestro faro, para hacer más y mejor periodismo. Nuestro impulso para no callar. Para organizarnos con miras a defender nuestro derecho a informar y el derecho de los ciudadanos a estar informados, a explicarse por qué les pasa lo que les pasa.
Como decía en un foro reciente la periodista chilena Mónica González (directora de CIPER-Chile): parte del dinero destinado a la protección, a la seguridad, al blindaje de los periodistas mexicanos debería usarse a becar a los periodistas amenazados por sus investigaciones, para que no tengan que salir corriendo a esconderse, para que los silenciadores no se den el gusto de silenciarlos. Usar esa beca para que desde otro país sigan indagando, recopilando información, documentando. Para no darle tregua a los corruptos, a los asesinos, a los negligentes, a los censuradores. Para aturdirlos. Para que se sepan vigilados. Para que ni se les ocurra callar a un solo periodista más.
1. Este discurso fue leído en el Museo de la Memoria y la Tolerancia en la Ciudad de México, durante la entrega de los premios de periodismo Rostros de la Discriminación. Esta versión tiene algunos agregados.
2. Cofundadora de la Red Periodistas de a Pie, reportera de la revista Proceso.
3. Tomado del blog Losqueremosvivos, que compila información de CPJ, Artículo19, Cencos, RSF y CNDH.
4. Aún se desconoce el paradero del periodista estadounidense Zane Alejandro Plemmons Rosales, desaparecido en Tamaulipas.
5. No niego que en algunas redacciones hay ‘infiltrados’, que no deben ser llamados periodistas. No sabemos sus motivos, si tuvieron opción, si les pusieron una pistola en la frente. Eso le toca aclararlo a la procuraduría con sus investigaciones. Pero antes de condenarlos a ellos deben ser condenados los verdaderos asesinos: los políticos que le entregaron el poder al cártel que les financió su campaña o les regaló un yate o una isla; los que pusieron a su servicio a la policía, al municipio, al gobierno del estado; los que dejaron que también les dieran órdenes a los medios de comunicación. Esos funcionarios deben pagar también por los asesinatos.