Es de madrugada. Roberto Altamirano se desliza como un fantasma sobre su balsa por uno de los canales solitarios de Cuemanco, en Xochimilco. Como desde hace muchos años, el experimentado pescador ha salido en busca del habitante más exiguo de esta aguas: el ajolote.
Esta noche, como ha sucedido en los últimos años, a Roberto y a otros pescadores de esta zona del sureste del valle de México les cuesta muchísimo trabajo hallar al mal llamado “monstruo del agua”.
Entre el claroscuro que deja la luz que envía la gran ciudad, “Pichi” —el joven ayudante que acompaña a Roberto— empuja con el largo remo la menuda embarcación de madera. Así, arropados por la soledad y espiados por los largos árboles de ahuehuete que reflejan sus ramas en las aguas oscuras, esperan incansables mientras, arriba, en el cielo, una luna creciente dibuja su fina sonrisa.
-> Texto de Julio I. Godinez. / Publicado en QUO 205, agosto de 2014