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Guardia Forestal, defensa del pulmón de la Ciudad de México

“El uniforme da presencia, se impone”, cuenta Rosario González, una de las mujeres de la brigada de vigilancia Ocelotl. Vestida de negro, con gorra y botas, acompaña a los vigilantes a patrullar los cerros de Milpa Alta. Sus compañeros visten además un pantalón camuflado y gorra; algunos portan radio. Todos calzan las botas limpias, dentro del pantalón.

La presencia impecable es algo importante para Rosario, tanto como la actitud y el respeto. “Debes de saber cuándo actuar, cómo actuar”, dice.

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Las guardias, provenientes de los 12 pueblos, realizan rondines hacia distintos puntos del monte. Van sin armas. Su presencia es, de alguna manera, disuasiva. Sin embargo, cuenta Rosario, el riesgo es fuerte. “Tú no sabes si [cazadores o talamontes] te van a tirar”.

Juan Flores Díaz es jefe de frente de la brigada Tecuani; además coordina a otros cuatro grupos. Estos se distribuyen por toda la zona de bosque y del territorio comunal de Milpa Alta. Cuenta que, en un principio, les hacían frente verbal a los talamontes, pero no era fructífero porque a veces éstos les respondían con amenazas armadas.

Recuerda un caso. Gracias a los patrullajes de los grupos de vigilancia, cuatro talamontes fueron detenidos por las autoridades; los encontraron con una camioneta de 3 toneladas y media, sacando troncos de más de dos metros para la fabricación de polines. Los talamontes, para defenderse, mostraron un supuesto permiso firmado por la antigua representación comunal que les permitía llevar leña doméstica y ramaje de copa.

“No creas que la familia de los talamontes está muy contenta”. Para Juan hay un inminente peligro de represalias. “Acá [en el pueblo] podemos decir las palabras que sea, pero allá arriba [en el monte] los trancazos son de a de veras”. “Con los cazadores no se juega”, enfatiza.

Del diálogo directo, las guardias tuvieron que cambiar de estrategia. Ahora, cuando detectan a distancia a los talamontes o cazadores, llaman a la coordinación, y ésta, a su vez, pide apoyo a la policía capitalina o la Policía Federal, quienes sí pueden llevar a cabo las detenciones.

La presencia de Rosario en las guardias obedece a que también hay mujeres entre los talamontes. Como hombres, los guardias prefieren no tener problemas por confrontarse con mujeres.

La guardia vigila los cerros. Los cuida de los talamontes pero también de los ciudadanos que optan por tirar cascajo. Resguarda, asimismo, las asambleas y la sede de la Representación Comunal, ubicada en el centro de Villa Milpa Alta.

Milpa Alta se encuentra al sureste del Distrito Federal, a 30 kilómetros del centro de la ciudad. Diez kilómetros más adelante, cuenta con un amplio territorio de bosque colindante con el Estado de México y Morelos. La altura de los volcanes que la rodean puede rebasar los 3 mil 500 metros sobre el nivel del mar; a esa altura crecen los oyameles. El paisaje se cierra en neblina y es difícil ver el cielo entre lo tupido de las ramas. La delegación cuenta con once pueblos y una villa.

En las faldas de los volcanes, la población, censada en poco más de 130 mil habitantes, vive de la cosecha de nopal, la principal actividad económica. Aún dentro de la mancha urbana, hay un arraigo social distinto al de la ciudad: muy fuerte y con poca aceptación de lo externo.

Sacar a los talamontes

La historia reciente de las guardias forestales data de principios de febrero de 2010 cuando una tormenta arrasó con más de 20 mil árboles.

Al principio parecía que la madera derribada favorecería a los comuneros de Milpa Alta: la Comisión de Recursos Naturales del DF otorgó un permiso para el aprovechamiento local de la madera. Sin embargo, tanta leña trajo consigo la ambición por más madera, ya no sólo por la caída, sino por la viva.

Considerado suelo de conservación, el bosque no puede ser explotado para extraer madera; pero la caída de árboles tras la tormenta, atrajo a talamontes profesionales, quienes llevaron a Milpa Alta otros problemas: armas e intimidación.

Esto lo facilitaron representantes auxiliares quienes otorgaron permisos para la explotación comercial. De representantes pasaron a madereros “a la michoacana, con sombrero, con narcocorridos, con armas”, cuenta José Pastrana.

Durante 2011, la confrontación verbal e intimidación armada fue constante. Los comuneros pensaron en opciones para hacer frente. Uno de ellas era armarse e ir a buscar a los talamontes. No había miedo, pero consideraron que podrían ser confundidos con un grupo guerrillero y, entonces, optaron por exigir al gobierno capitalino que interviniera para cumplir la Ley Ambiental. Tampoco querían recurrir a la violencia, pues sabían que el talamontes podía ser su vecino o familiar.

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En 2013 llegaron al hartazgo por la inacción. Camiones subían y bajaban de los cerros con troncos cortados. Amenazaron con armarse y subir a los cerros por cuenta propia. El Gobierno del Distrito Federal decidió actuar antes que permitir la conformación de un grupo armado en la ciudad.

Un operativo policiaco desmanteló 15 aserraderos, de una veintena identificada por los comuneros, con maquinaria profesional. No hubo enfrentamientos ni detenidos: los talamontes ya habían huido.

La movilización social dio otros frutos. Comenzaron de nuevo las asambleas (deterioradas durante casi una década tras confrontaciones entre comuneros organizados de izquierda y priistas) y dos nuevos procesos: la actualización del censo de comuneros (el último, data del siglo pasado) y la renovación de la representación comunal.

Conservación a futuro

Puntual, a las seis de la mañana, la camioneta de Jesús Torres recoge a los brigadistas que harán trabajo de mantenimiento en el bosque. En la batea del vehículo, bajo una espesa neblina, se acomodan para soportar el ajetreo de subida en terracería. Algunos duermen un poco, agrupados entre sí.

Organizados en brigadas llamadas Área Comunitaria de Conservación Ecológica (ACCE o las acces, como las pronuncian), se despliegan una vez que han llegado al punto. De inmediato comienza la faena del día: retirar las ramas y troncos enfermos o muertos; luego, enterrarlos en una fosa.

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Este trabajo tiene una finalidad futura: evitar que esta madera seca o podrida se convierta en combustible durante la temporada de calor, cuando los incendios se incrementan.

Son cuatro grupos de ACCE, cada uno con un jefe de frente al mando. Los cuatro se organizan para llevar a cabo, por etapas, limpieza de brechas, poda, chaponeo (corte con machete de maleza y hierbas que puedan servir de combustible) y brechas cortafuegos.

El brigadista Jorge Castañeda Rivera ha descubierto, a través de excreciones, que aún existen coyotes, venado cola blanca y especies endémicas como el conejo zacatuche y el gorrión serrano. También murciélagos, ranas y víbora de cascabel. Su brigada, que recorre constantemente los bosques, hace monitoreo de especies de flora y fauna, y difunde en escuelas y plazas públicas los resultados.

“Mucha gente de la comunidad de Villa Milpa Alta desconoce que tenemos un bosque. Gracias a esta información, hemos podido difundir lo que la gente desconocía. Mucha gente piensa que el bosque se termina en la carretera federal; no es así”.

Un largo historial de defensa

Detrás de la organización de defensa del bosque hay un historial. A inicios del siglo pasado, los volcanes de Milpa Alta fueron escenario de combates entre los revolucionarios zapatistas y el Ejército federal. Aún se preserva, como historia, un museo del cuartel de Emiliano Zapata.

En la década de 1970, narra Estalisnao García Olivos, comunero de Villa Milpa Alta, los comuneros se organizaron para evitar la construcción de un complejo académico de 600 hectáreas dentro del territorio: el Centro Interdisciplinario de Ciencia y Tecnología del Instituto Politécnico Nacional.

En la misma década, lucharon por indemnizaciones como consecuencia de la construcción de la carretera Xochimilco–Oaxtepec. Lograron pagos desde 15 hasta 45 pesos por metro cuadrado. Cabe destacar que, en la misma época, por la expropiación de chinampas en Iztapalapa, el gobierno pagó un peso por metro cuadrado y hasta menos en otras expropiaciones.

En 1979 se enfrentaron contra una concesión a 99 años para surtir de madera a la empresa papelera Loreto y Peña Pobre, otorgada por el entonces presidente José López Portillo.

A nivel nacional, Milpa Alta participó en 1974 en la creación del Consejo Nacional de Pueblos Indígenas. Por esas fechas se creó el Consejo Supremo Náhuatl, figura pensada como una forma de mantener la lealtad de los pueblos indígenas hacia la política gubernamental de Luis Echeverría.

Sin embargo, abunda Estalisnao, el malestar social vivido por los pueblos politizó al Consejo y éste se pronunció en su tercer y último congreso a favor del Frente Sandinista de Liberación Nacional nicaragüense, y exigió que el gobierno reconociera la existencia de presos políticos. El gobierno optó por desaparecer al Consejo.

Los comuneros de Milpa Alta se conectaron con otras organizaciones indígenas del país. Allí se celebró la primera reunión nacional de organizaciones campesinas independientes. Allí también, junto con las organizaciones más combativas de la época, nació la Coordinadora Nacional Plan de Ayala, “la combativa, no la actual que es un apéndice del Partido del Trabajo”.

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En 1980 se movilizaron cerca de 100 mil campesinos en el Zócalo capitalino. Por esas fechas comienza, a lo interno, la lucha por la titularidad de la representación comunal.

Pero este proceso local no fue sencillo. Tuvieron que enfrentarse contra un sistema de cacicazgos ligados a la papelera Loreto y Peña Pobre. La batalla política llevó al secuestro de funcionarios, y la elección del 26 de julio acabó en una escaramuza de gasolina y fuego.

A inicios de este milenio, con Vicente Fox en la presidencia, conocieron el Plan Puebla-Panamá, con miras a la construcción y manejo de vías de transporte privadas. Entonces supieron del plan para construir el Arco Sur, mismo que lograron detener a través de movilizaciones.

Hoy el reto político es lograr la actualización del censo comunal. El último, con décadas de rezago, sólo conoce a comuneros que hoy son ancianos o que ya han fallecido; además, carece de datos actuales de las nuevas generaciones. “Las autoridades impiden que se designe a los futuros herederos del territorio”.

 

 

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