¿Qué conoceríamos hoy de los movimientos sociales del pasado sin el trabajo tras la lente de las y los fotoperiodistas que capturaron momentos clave de nuestra historia? ¿Cómo habríamos conocido las golpizas sistemáticas de la policía, los levantamientos insurgentes o las huelgas laborales, las masacres históricas, los engaños? ¿Cómo sabríamos que hoy muchos pueblos viven en el mismo atraso que hace cien años?
No hace falta ir a África para documentar la pobreza, el hambre y la ignominia: La Montaña de Guerrero, Batopilas en Chihuahua, la Mixteca oaxaqueña o las propias periferias de la Ciudad de México dan bastante materia de trabajo en nuestro propio país y aun así, es insuficiente mencionar solo éstos lugares. Ni hace falta exponerlo con grandes luminarias en World Press Photo, tan lleno de imágenes impactantes como de clichés.
Tampoco basta con retratar en un primer plano al niño descalzo y desnudo con el estómago inflado de parásitos y aire para ilustrar la enfermedad de la pobreza.
Si partimos de la noción que los derechos humanos son el producto de los movimientos sociales (no dádivas del Estado ni producto de leyes muy buenas), nos daremos cuenta de que el fotoperiodismo en México ha estado fuertemente ligado con la inconformidad de la sociedad, sus problemas y sus luchas por defender la tierra, la libertad de expresión, la educación, alimentación, salud, equidad de género, etc.
Rescatemos un texto de Roberto Saviano, escritor y periodista italiano, muy a propósito:
Los derechos humanos: cualquiera que pronuncie esas palabras, en nuestro occidente democrático, parecería entonar una letanía tradicional, una letanía ciertamente sagrada pero que ahora se escucha con la oreja distraída. Algo que es necesario decir, repetir, celebrar, una práctica ritual. Respetado, pero nada más. Aún peor, la televisión nos impone un spot humanitario que muestra países lejanos, naciones con nombres inciertos cuyas fronteras parecen trazadas con una regla, como aquellas del África profunda, nos habla de regiones de Oriente Medio de donde llegan imágenes de niños ensangrentados, llorando, de mujeres con velo que gritan, de nuevas masacres y a veces de nuevas protestas, de nuevas intervenciones de la ONU, tan inútiles como las anteriores.
Pero en la mayoría de los casos: nada. Los derechos humanos se habrían convertido en un ámbito reservado a los especialistas, a los funcionarios encargados de los expedientes en las instituciones especializadas o en las ONG independientes. Muy a menudo, Occidente parece ajeno a estos problemas, y cuando pretende interesarse a ellos es como si estuviese ofreciendo un regalo a esos países de segunda clase, una concesión de las democracias a esos Estados aún arrodillados, mal desarrollados, deformes. Como si la cuestión de los derechos humanos se planteara siempre en otra parte, como si concretamente se tratara aún y siempre de los problemas de otros.
El fotoperiodismo mexicano se desarrolla cada día con sus sorpresas y rompe límites, pero también se vicia de redundancias y estereotipos.
Una revisión de diarios y revistas antiguos nos muestra que los retratos de funcionarios públicos siempre eran iguales: pose rígida y forzada, cabello engomado, limpio, con aires de autoridad y mucha dignidad. Las imágenes eran la «realidad» que relataba el funcionario: si éste decía que había salud, la foto era sobre un hospital público dando atención.
Hubo un momento que comenzó una oleada de jóvenes reporteros gráficos quienes tuvieron visión de otorgarle un valor a la imagen, pues hasta entonces ésta sólo era acompañante de las notas, un relleno. Con el tiempo vemos ahora presidentes cabizbajos, funcionarios que se dan la espalda, pueblos que contradicen la simulación de que la pobreza está siendo superada, desempleados que crecen en cantidad, desplazamientos de comunidades, infancias desbordadas por armas, drogas y policías que roban pertenencias en operativos de desalojo. Una realidad más apegada… a la realidad.
En la segunda mitad de los ochenta se dio el momento más importante de un parteaguas que llevaba tiempo cocinándose con muchos esfuerzos.
No es motivo de éste texto nombrar a todos, pero puede considerarse que el inicio de éste movimiento vino inspirado de la labor de los hermanos Mayo (exiliados de la guerra civil española), prosiguió en la primer época de Excélsior y de los proyectos que nacieron después del golpe de Luis Echeverría: Proceso, y Unomasuno, del que a su vez surgió La Jornada y de ésta, sus ediciones estatales.
Agencias especializadas en fotoperiodismo han adquirido la costumbre de documentar casos en formato de reportajes, Procesofoto, Cuartoscuro, mas recientemente Latitudes Press, y otras que no corrieron la suerte de continuar alimentando este trabajo, como Imagenlatina, por solo nombrar algunas.
Claro está, no todos los medios están interesados en documentar la pobreza, la represión o la simulación. La mayoría, incluso, prefieren buscar la agenda chabacana de «soft news» porque son más vendibles. Generan mucho mayor impacto en nuestro público la matanza diaria en la «guerra contra el narco», los cuerpos inertes tras un desastre, la ropa interior de Paris Hilton, el bombardeo de Estados Unidos a la luna, una nueva versión del iPhone o el enésimo juego de golf de Lorena Ochoa.
Es por ello que algunos de los que trabajamos en el entorno, incluso de manera independiente, vemos la motivación por documentar violaciones de derechos humanos más como una cuestión de iniciativa y deseos personales que por una solicitud expresa de los medios.
Otro aspecto a destacar es una tendencia del público de suponer que las cosas desagradables suceden lejos, quienes están en peligro solo pueden estar en países o lugares remotos. Lejos, claro, de donde circulan los medios impresos.
Idea con cierto margen erróneo es que «una imagen vale más que mil palabras». Las imágenes impactan, cierto, tienen un fuerte peso, pero sin información contextual éstas se vuelven vagas. No tener idea de redacción ni de qué es lo que se está retratando puede volverse, incluso, contraproducente.
Lamentablemente, también se da el caso: el fotoperiodismo puede ser un arma para criminalizar o ridiculizar, desde la óptica del poder en turno, la movilización y la protesta social. Imágenes donde la violencia proviene de manifestantes y no de la policía que comenzó la represión, por decir una idea.
La discusión sobre objetividad toma aquí un curso importante: ¿es objetiva la fotografía? Suponiendo que ésta no ha sido objeto de ninguna manipulación, el encuadre escogido por el reportero gráfico imprime ya una postura. Imaginando que ha sido tomada sin posar y sin mover un solo objeto, por ejemplo, que el sujeto retratado sonría o se oculte ya implica una alteración de lo que llamaríamos realidad.
Sin embargo, depende mucho de la calidad profesional de cada reportero gráfico: desde la empatía que logra con las personas que retrata, la información que tiene sobre el hecho y su comprensión, la capacidad de juzgar si lo que hace es justo o contraproducente, la disciplina y seriedad con que se toma el trabajo (llegar temprano, no beber antes de trabajar, ni durante, por ejemplo). Y de estar dispuesto a no siempre dormir y comer en un hotel con conexión wi-fi y celular, sino a veces en pleno campo sin ninguna señal electrónica.
La presencia de reporteros gráficos el 3 y 4 de mayo en Atenco y durante los meses de apogeo del movimiento popular y magisterial de Oaxaca en 2006 fue un factor fundamental para el registro de los hechos que sucedieron. Tanto que de ese trabajo dependieron muchas cosas a favor y en contra de los movimientos.
Puede contradecirse la resolución de las autoridades judiciales que insisten en que no existieron violaciones graves de derechos humanos a través de las fotografías; pero también sirvió de arma para justificar la actuación de los cuerpos policiacos y militares. Puede consignarse la presencia de elementos castrenses durante la represión; puede destacarse que algún miembro de la APPO llevara un arma de fuego; se registró el asesinato de Brad Will y la presencia de policías que abrieron fuego en Atenco; también se destacó la golpiza que recibía un agente federal o un auto en llamas.
Vale reiterar: la presencia de fotoperiodistas no puede pasar desapercibida, y depende en gran parte de su manera de moverse el resultado capturado. Y aún cuando haya buenas intensiones de algunos, no siempre depende del reportero gráfico lo que se publique. Hay una cadena de mando en los medios que no siempre está en puestos altos por ser profesional.
De la misma calidad tanto del fotógrafo como editores y jefes de información depende no realizar alteraciones a la imagen o cambiar su contexto. En ese sentido, programas de edición por computadora como Photoshop se han convertido en un arma de doble filo. Especialmente en fotografía de moda y de «sociales» (que de social nada tienen) se corrigen rasgos físicos, se clonan personajes y pueden inventarse fotografías e historias que nunca sucedieron.
Tanto es así que se han establecido algunos estándares para las fotografías de prensa: lo único permitido es corregir luz, color y temperatura de color (focos, lámparas), hacer recorte solo en caso necesario (un objeto que impida ver la imagen), corregir perspectiva, modificar el tamaño y escribir los caption (pies de foto). Menos es mejor. Clonar objetos está absolutamente prohibido a menos que se aclare que se trata de fotoarte o montaje. Tarde o temprano algún experto, o mejor aún, el público no-experto se dará cuenta si se cometen éstos actos. Y han sido frecuentemente exhibidos.
La historia del fotoperiodismo mexicano se escribe día con día y a pasos lentos va ganando el respeto del público que consume medios. También va adquiriendo algunos derechos laborales, rompe con cierta censura, ya no se eliminan las imágenes (hubo diarios que quemaban sus negativos para tener espacio en bodega) sino que se conservan en un acervo, el crédito permite proteger la autoría del autor que hizo la obra. Salarialmente no siempre hay esa mejora.
Pero continúa siendo un gremio dividido, confrontado y a veces más apegado a la competencia por obtener primicias y exclusivas, olvidando a veces que el público (y los hechos documentados) son lo importante.
En los medios alternativos hay un incipiente esfuerzo por realizar documentación gráfica. Se necesita mucho apoyo en éstos, pues cada trabajo depende de recursos monetarios puestos del propio bolsillo y muy limitados: viajes, equipo y accesorios no siempre profesionales (no compiten con la velocidad de entrega de una agencia, por ejemplo).
Por los costos, el principal medio de difusión son los medios por internet, ya que la edición e impresión requieren otros recursos que no siempre se tienen a la mano y además, la mayor parte de lo difundido, (por no decir todo) se hace de manera gratuita y voluntaria. En países como Chile, Uruguay y Argentina van surgiendo colectivos fotográficos independientes que han adquirido una calidad impresionante en la difusión de su trabajo.
Éstos medios, junto con radios comunitarias y proyectos televisivos independientes toman fuerza dentro de las comunidades y organizaciones, lo que permite en ocasiones obtener mejor información que la que ofrecen los medios comerciales. Su valor en la difusión de derechos humanos es fundamental.
Por cierto, hay una tendencia errónea a suponer que en la pobreza la gente vive feliz. Esa idea no siempre desaparece con nuestros profesionales colegas. Decía en un inicio que no basta con retratar estéticamente la miseria económica (el cliché del niño desnudo y enfermo).
Es fundamental relatar las historias de vida que nos enseñen la dignidad, las fiestas de los pueblos que refuerzan su identidad, los esfuerzos colectivos de mejoramiento de la vida, historias que nos enseñen y enseñen al público lector que en nuestra colectividad podemos encontrar soluciones comunes a problemas comunes. Eso también es parte del fotoperiodismo.
Publicado en Revista Revuelta, número 15