Hilda Huerta García regresaba de visitar a un familiar enfermo en Michoacán. Con otros pesares encima, como las muertes recientes de dos familiares, recibió la noche del lunes la inundación en su casa en la Colonia El Sol. Uno de sus hijos la abraza, desesperado, porque no logra consolarla. La edificación está a escasos 30 metros del muro que, una y otra vez es cubierto de costales y por tercera vez en un año, se ha desbordado.
Gran parte de la colonia en un desastre, particularmente las casas aledañas a las vias del tren. Junto a una enorme barda destruida, se acumulan muebles inservibles, zapatos y montones de basura. Atraviesan grandes mangueras que mediante máquinas devuelven el agua hacia el río. La tierra adquiere un color metálico. Charcos aceitosos rojizos se acumulan entre los árboles ya muertos.
En la casa de Martina Castro viven 13 personas, una de ellas de la tercera edad. Con algunos costales detienen el flujo de agua hacia adentro y recuperan algunas prendas. Sus muebles de madera se están rompiendo. Los hijos del señor Refugio Vilora, encarrerados, lanzan el agua con cubetas. A Inocencia Figueroa, del patio donde tenía ropa y un taller, casi no pudo recuperar nada. Apenas pudo poner algunas cosas en bolsas y colocarlas en lugares altos. María López Gutiérrez y varias de las diez personas que viven en el domicilio llevan la mañana con escobas y cubetas sacando agua. Victoria García se pregunta si aún podrá usar su colchón, que se empapó con las aguas negras.
Tramos de cinta VHS se dispersan por la calle 38. Más adelante una mujer furiosa recoge los trozos y reacciona hacia el fotógrafo: «para eso sirven». Algunas personas quieren que lleguen funcionarios a hacer avalúo de los daños antes de que terminen de sacar el agua, pues dicen, usualmente no les creen la magnitud de los daños.
Pasa un camión entre las aguas con un marino en la parte de atrás y otro lleno de policías militares. Solo cambian de posición. El movimiento aparatoso de los vehículos vuelve a lanzar agua hacia las casas. Algunas personas les gritan «huevones» y éstos sólo se ríen. De los policías otra opinión hay. Una señora comenta que los ASE (Agencia de Seguridad Estatal, policía estatal) «son culeros pero ahora se han aplicado». Solo tenían autorizado dar dos botellas de agua por persona y, cuenta, que le dijeron que tomara todas las que necesitara.
El hospital del Instituto Mexicano del Seguro Social se encuentra repleto. Sin embargo, a decir de los doctores, no se han presentado aún cuadros de intoxicación o enfermedades. «La consulta normal». En los puestos de vacuncación comienza a escasear el abasto de medicamento para atender a toda la población. Las raciones contra hepatitis A y B se han terminado. Solo quedan sueros orales, pastillas y cubrebocas y vacuna contra tétanos. Las familias se quejan de que aún no han recibido cloro para desinfectar el agua.
Vota dinosaurio
Son tiempos de elecciones en el Estado de México. Hasta ahora, las autoridades han actuado con respecto al problema con más realidades que promesas: la primer impresión en las circundancias del Bordo es la del abandono total. En las orillas crecen pequeñas colonias construidas con láminas y cartón. Algunas de estas calles, junto a las vías del tren, se protegen mediante grandes cercos de piedra y basura. Asemejan barricadas. Entre ello y las casas abundan carteles color rojos promoviendo el voto por el Partido Revolucionario Institucional. En muy menor medida, los otros partidos, también prometen. Algo.
Las calles de la Colonia El Sol no comparten la característica de miseria de las afueras: están hechas de material. Sin embargo, también sus paredes y ventanas publicitan al candidato Eruviel. En su mayoría. El lugar es desatendido desde el municipio de Nezahualcóyotl, el Estado de México y el gobierno federal: nadie asume una responsabilidad.
La desesperación en la gente es tambien una oportunidad para el saqueo político: miembros de Antorcha Campesina, con gorras y playera rojas y una carpa impresa en poliester, pasan de casa en casa ofreciendo un volante pidiendo solución al problema y reclutando gente. Han puesto un campamento «de apoyo» en una de las calles.
Confieso que, no logro razonar la ecuación: para solucionar este problema desatendido en décadas, vota dinosaurio. Me pregunto si el dinosaurio prometerá firmar ante notario la abolición de las inundaciones. Y me pregunto si el desbordo, las aguas negras y las promesas han dejado una lección a reflexionar.